Contemplación

El silencio y la llovizna solo dejaron escuchar los pajaritos anunciando el despertar de un nuevo día. Un sol que, escondido entre las nubes, se desperezaba mientras la luna se despedía.
Mientras preparaba el desayuno, vio a dos palomas coquetear sobre la rama de un pino, sus alitas se abrían como reflejo ante la posible caída por la danza del viento. La ventana de la cocina era como el lente de una cámara fotográfica captando ese instante. Observó durante un largo tiempo, quizás segundos, quizás minutos, cual muñeca de juguetería en una vidriera.
Picoteaban entre ellas, se miraban de reojo como aquel enamorado susurrando pequeños “te quiero” al oído con mucha dulzura y suavidad, despidiendo ese perfume que sólo conquista a quien lo percibe. Nadie los molestaba. La soledad era su compañera.
Comenzó a silbar la pava y, de repente, recordó qué fui a hacer allí. Sólo por un instante intenté atravesar la muralla de vidrio para escalar junto a ellos una rama, recordó cuando de niña jugaba a dibujarle caras a las nubes o esquivar las gotitas de la llovizna.
Desayunó como cualquier día, aunque hoy, por ser fin de semana, detuvo mi mirada para contemplar tan espontáneo y grandioso espectáculo de la naturaleza. Las palomas volaron hacia el infinito cielo mientras la borra del café dibujaba una sonrisa en el fondo Contemplación
El silencio y la llovizna solo dejaron escuchar los pajaritos anunciando el despertar de un nuevo día. Un sol que, escondido entre las nubes, se desperezaba mientras la luna se despedía.
Mientras preparaba el desayuno, vio a dos palomas coquetear sobre la rama de un pino, sus alitas se abrían como reflejo ante la posible caída por la danza del viento. La ventana de la cocina era como el lente de una cámara fotográfica captando ese instante. Observó durante un largo tiempo, quizás segundos, quizás minutos, cual muñeca de juguetería en una vidriera.
Picoteaban entre ellas, se miraban de reojo como aquel enamorado susurrando pequeños “te quiero” al oído con mucha dulzura y suavidad, despidiendo ese perfume que sólo conquista a quien lo percibe. Nadie los molestaba. La soledad era su compañera.
Comenzó a silbar la pava y, de repente, recordó qué fui a hacer allí. Sólo por un instante intenté atravesar la muralla de vidrio para escalar junto a ellos una rama, recordó cuando de niña jugaba a dibujarle caras a las nubes o esquivar las gotitas de la llovizna.
Desayunó como cualquier día, aunque hoy, por ser fin de semana, detuvo mi mirada para contemplar tan espontáneo y grandioso espectáculo de la naturaleza. Las palomas volaron hacia el infinito cielo mientras la borra del café dibujaba una sonrisa en el fondo de la taza.

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